Podría decirse que, asumir hoy la noción del maestro como líder, probablemente sea un ejercicio de alarde retórico por cuanto eso se da por descontado. No obstante, hacer una lectura lisa de semejante declaración, puede que le despoje del sentido de aquello que evoca.
Buena parte de la literatura en pedagogía emplea un término singular de uso común: proceso de enseñanza-aprendizaje. Es un concepto que nace en el fragor y la influencia de las corrientes positivistas más duras en pedagogía y psicología. Introduce la idea de la prelación de la enseñanza por encima del aprendizaje, y terminó dando sustento a ciertas prácticas reconocidas hoy como indeseables.
El maestro condicionando y determinando lo que se aprende, cuando, como y desde donde se aprende; un maestro que origina y concluye la enseñanza y el aprendizaje; el maestro y la enseñanza como condiciones sine qua non del aprendizaje; la directividad como Alfa y Omega del acto pedagógico; relaciones totalmente verticales y jerarquizadas en el aula; un acto pedagógico reducido a la instrucción, el adiestramiento y el entrenamiento; una evaluación jamás dialogada y solo dando cuentas de resultados expresados en calificaciones, etc.
‘La letra con sangre entra’ fue un viejo apotegma empleado en escuelas y hogares. Esa noción del maestro es la que ha quedado después de mucho tiempo, configurando una imagen de liderazgo que, concebido desde las lógicas del liderazgo transformacional, ha sido pensado como un liderazgo autoritario, poco dialogante, poco constructivo. Aun así, esa noción de docencia fue la que levantó las sociedades actuales.
No obstante, en los últimos 20-30 años, mucha discusión ha llevado a reorientar discursos, prácticas docentes, y ha llevado a reformular las currícula de formación docente inicial. Es decir, la noción del docente ha sido redimensionada, entendiéndose algunos elementos de carácter medular en el acto pedagógico.
Debatir este tema en una institución universitaria adventista es prioritario. El maestro adventista es, en todo caso, un reflejo del Maestro de maestros. Las Sagradas Escrituras sostienen que Cristo se relacionaba con la gente como quien deseaba hacerles bien. Y en su ministerio dedicó tiempo a la enseñanza, tanto de multitudes, como de un grupo pequeño de hombres con quienes compartió 3 años de su vida preparándoles para la gran obra de emancipación que después llevaron a cabo. Se advierte en Jesús un liderazgo que no fue de oídos sordos, que no impuso jerárquicamente (pudiendo hacerlo), sino que fue ejemplo de amor y servicio, empatía y cercanía, entrega total y horizontalidad.
Un maestro canario me enseñó que, si queremos una educación verdaderamente efectiva, primero necesitamos una educación afectiva. No se caen galones al maestro cuando es cercano, cuando escucha y sonríe al estudiante, cuando dialoga de tú a tú. No hay charreteras que ostentar ni defender. Eso imprime el sello de un liderazgo que puede transformar la vida de un estudiante con quien tenemos el privilegio de relacionarnos.
¡Ojalá pudiésemos, como maestros, vivir la experiencia de la docencia y compartir con los estudiantes, como un privilegio! Cuando eso sucede, se es auténtico, y un estudiante sabe evidenciar y reconocer cuando un maestro es auténtico y cuando no lo es. Así, se pone en práctica una noción dialogante en el acto pedagógico, en doble vía, esto es, no hay ya un proceso mecánico de enseñanza-aprendizaje, sino procesos que dialogan y se encuentran de forma esperada. De allí que el aprendizaje se construya, no se transmita.
Author
Alixon David Reyes
Reyes es Doctor en Educación. Es profesor de la Universidad Adventista de Chile enseñando en la asignatura de Métodos y Técnicas de Investigación en la Facultad de Educación y Ciencias Sociales. Anteriormente fue profesor de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador en la República Bolivariana de Venezuela por 15 años.